La noche estaba haciendo su aparición por cada calle, cada avenida, cada pequeño recoveco de la ciudad de Salamanca. La claridad natural del día dejaba paso a la luz artificial que producía las tiesas y paradas farolas. El mar de luces amarillas por un lado y rojas por otro empezaban a deambular entre los edificios. La lluvia daba una tregua a la ciudad.
Mientras... en los Laboratorios cercanos al Campus Unamuno estaba sucediendo algo fuera de lo normal. Es como cuando pasas por delante de una casa donde se está celebrando una fiesta. Eres ajeno a esa fiesta. Lo que pasa en el interior de la fiesta y lo que pasa fuera, no tienen nada que ver. Pues lo mismo pasaba en los Laboratorios. Los estudiantes tardíos que abandonaban apresuradamente las bibliotecas con un nudo en el estomago por el hambre producida por una tarde de estudios, no eran conscientes de lo que estaba pasando en el interior del edificio.
Tras pasar por suministros, la Dra. Soraya y Roberto se encaminaron lentamente por el pasillo de la 3ª planta en dirección a la escalera de acceso. A Roberto esto de andar haciéndose el heroe no le agradaba mucho. En su mente guardaba los recuerdos de las incontables películas que había visto, donde los heroes siempre terminaban mal. Eso de la curiosidad mato al gato era algo que en su país se decía con bastante frecuencia. Sobretodo las personas mayores.
Caminaban muy próximos el uno al otro. Él, por parecerle más práctico, había cogido del almacén de suministros un tubo de acero macizo que se utilizaba para sujetar grandes embudos. Era como una especie de bastón metálico de unos 3 centímetros de diámetro y poco más de un metro de largo.
En cambio Soraya se había decantado por un extintor que llevaba en su mano derecha. Y en su bolsillo había introducido unas tijeras.
- ¿Tú crees que esto es necesario? - preguntó Roberto mientras caminaban por el pasillo.
- Cuando te pase una máquina de escribir a escasos centímetros de tu cara y escuches unos gruñidos como los que he escuchado yo, me vas a dar la razón -
- Es que nose... ¿no sería mejor salir del edificio y llamar a la policía? - la pregunta de Roberto sonaba como una súplica.
-Mira Roberto... Si tu quieres marcharte, ya sabes. Hay están las escaleras. Pero yo por lo menos pienso subir al despacho del Dr. Marcos a ver que es lo que ha pasado. Necesito ver si está bien el Dr. - la voz de Soraya empezo a tomar un tono de enfado.
Siguieron caminando hasta que llegaron a las escaleras de acceso. Soraya dedicó una mirada a los ojos de Roberto esperando una respuesta.
Roberto agacho la cabeza, espero un par de segundo y volvió a levantarla.
- Es la última vez que me metes en un lío - informó no muy seguro de si mismo.
- Eres un sol Roberto, si sólo será un momento - termino de decir estas palabras Soraya y se encaminaron por las escaleras en dirección a la 4ª planta.
Subidas las escaleras de acceso y atravesado el largo pasillo de la 4ª planta llegaron a la puerta del Dr. Marcos. La tensión podía respirarse en el ambiente. Roberto estaba agazapado con la barra de acero bien agarrada, esperando a no sabe que. Pensando, que quizás todo esto sea una broma que le estén gastando los Doctores, una broma de mal gusto por supuesto. En su cara de vez en cuando se dibuja una tímida sonrisa esperando a que salga el Dr. y diga.... buuuuu
En cambio en la cara de Soraya no se dibuja la más mínima sonrisa. Sus colorados labios marcan un perfil tan fino como un hilo bien tensado. En sus delicadas manos llevan bien agarrado el extintor, esperando pacientemente.
- Las damas primero - suelta como quien no quiere la cosa Roberto.
Soraya giró la cara y miro fijamente a Roberto a los ojos. Éste esquivó la mirada de Soraya y tragó un poco de saliva. Así que decidió estarse callado.
- A la de tres entramos despacio en el despacho del Dr.... Seguramente lo que sea que me ha atacado antes, estará en el dormitorio - informa Soraya mientras empieza a dar los primeros pasos.
Tras asomar lentamente la cabeza por un lateral de la puerta. Pudieron comprobar que no había nada fuera de lo normal. Excepto el mar de cristales que inunda el suelo y la máquina de escribir que permanece inmóvil.
Entraron en el despacho en el más absoluto silencio. La puerta de la habitaciòn estaba a escasos 2 metros de ellos. Su vidriera estaba totalmente destrozada.
En el ambiente sólo se podía percibir el sonido que producen los cristales al ser pisados. Los Doctores se acercan poco a poco a la puerta de la habitación. Iban agachados y en el más absoluto silencio. Roberto notaba como su respiración empezaba a agitarse, sus manos le sudaban y hacian resbalar la barra de acero. Por lo que apretó más fuerte sus manos para que ésta no escapara.
Cuando estaban a escaso medio metro de la puerta. Roberto se levantó de repente y miró por la apertura que tenía la vidriera.
- ¿Qué haces locooo?? - gritó Soraya desde el suelo mientras tironea de la bata de Roberto.
- Cucu Doctorrr!!!! - empezo a tararear Roberto con la barra bien agarrada entre sus manos.
Pasados unos segundos y comprobado que no salían más objetos de la habitación del Dr. Marcos, Soraya empezó a levantarse poco a poco.
- Aquí no hay nadie Sorayita, creo que tu ogro se ha marchado a otra cueva - la voz de Roberto sonaba burlona en los oidos de Soraya.
- A ver... quita de en medio y déjame mirar -
- Joder... ¿ y dónde cojones está el doctor? - Soraya soltó la pregunta al aire.
*******
Unos metros más abajo. En el sótano de los Laboratorios...
- Joder!!!! .... maldita radio... es que no coge ni una puta emisora bien - la voz de Chema, el encargado de mantenimiento retumbaba por toda la oscura galería.
Sentado en su silla mantenía en vilo una pequeña radio con una antena fabricada por él mismo. Se reclinaba en una vieja silla mientras con la otra mano no paraba de comer cacahuetes.
Los zumbidos y la voz entrecortada de la radio no hacían inteligible más de media frase del locutor de turno. Chema, el encargado de mantenimiento empezaba a ponerse furioso. Su colorada, vieja y arrugada cara hacían constancia de ello.
El encargado de mantenimiento estaba pensando en lo bien que le vendría una refrescante cerveza para hacer pasar mejor los cacahuetes por su seca garganta. Ya se sabe, no hay frutos secos sin bebida.
Se levantó distraidamente mientras la silla soltaba un leve crujido. Y empezó a caminar tranquilamente por la galería.
La galería del sótano de los Laboratorios era una zona oscura por la falta de iluminación. Había sido construida con el antiguo edificio que ahora daba lugar a los actuales laboratorios. Cuando decidieron restaurar todo el edificio, habían dejado intacto el sótano por tener buenas paredes, buenos cimientos, un complejo sistema de calefacción y alcantarillado que sería costoso reponer y hacer nuevo. La galería era un pasillo de unos 40 metros de largo. Era flanqueado por varias habitaciones en sus lados. La mayoría llevaban años sin abrirse. A saber que es lo que escondían esas habitaciones. Al final del pasillo había una gran habitación donde estaba el cuarto de calderas, y en el exterior una pequeña mesita con una silla donde solía pasar las aburridas tarde el encargado de mantenimiento. Él y su radio.
Caminados varios metros desde su silla, el único sonido que se escuchaba era el que producían sus botas al rozar contra el suelo y el goteo incesante de algunas tuberías. En sus manos llevaba su fuente inagotable de cacahuetes. Para él era como su mejor amigo. Siempre comiendo cacahuetes.
Tras pasar el encargado de mantenimiento la mitad del pasillo se fijó en que una de las puertas de la izquierda estaba abierta. Una puerta que ni él recordaba cuando fue la última vez que había sido abierta. Lanzó las cascaras de cacahuete que tenía en la mano al suelo y se dirigió a pasos agigantados hacía la puerta.
- ¿Qué cojones hace esta puerta abierta? - empezó a relatar el encargado de mantenimiento.
- Alguna puta máquina que han bajado a buscar estos bata-blanca..... si es que se creen que por que tienen sus carreritas pueden ir dejando abiertas todas las puertas - a medida que hablaba se iba aproximando a la puerta abierta.
Cuando se asomó por fin a la puerta se quedo con la cara petrificada. Entre la oscuridad que habitaba en la habitación podía distinguir una silueta de "algo".
- Chhhsss... chhhsss... tuuu... - empezó a llamar el encargado de mantenimiento mientras de su boca salían las palabras acompañadas de saliba.
- Oyee.... es que no me escuchass.... me cagoo en tooo - la cara del encargado empezaba a ponerse colorada. Chema era famoso en el edificio por sus terribles cabreos cuando alguien tocaba alguna de sus cosas. Era un hombre solitario, irritable, borrachuzo y por eso le gustaba la soledad que le proporcionaba el sótano.
Chema cogió un puñado de sus amados cacahuetes y tras pensárselo dos veces, lanzo los cacachuetes contra "la cosa". Los cacahuetes fueron a parar en el bulto oscuro, con respiración agitada que se escondía en la oscuridad.
- Como me hagas volver a tirarte un puto puñado de cacahuetes te voy a meter una patada en tus partes que te vas a acordar de tu mami - las voces de cabreo empezaban a retumbar en la pequeña y oscura habitación.
De repente "la cosa" se dio la vuelta y miró fijamente a los ojos de Chema, el encargado de mantenimiento. Su corazón quedó paralizado como queda paralizada una autopista en plena operación de salida el 1 de agosto de todos los santos veranos. Por un momento Chema buscó los ojos de la "cosa". Pero esos ojos no eran humanos, no eran normales, no eran de ningún animal que el conociera, ni siquiera de los documentales que solía tragarse por las tardes tirado en su sofá.
- Mee... meee. meee... me cago en la putaa!!!! .... pero será posible lo que estoy viendo - la voz de Chema se asemejaba más a la de un niño cuando acaba de recibir una sorpresa en navidades al abrir el regalo de sus padres, que la de un hombre adulto.
- ¿Y tú que cojones eres?.... si túuu.... ......esperaté aquí un momentito que voy a coger un palo y te voy a dar candela de la buena - advirtió Chema mientras agarraba con fuerza su bolsa de cacahuetes y se daba la vuelta para ir en busca de su escoba.
Según se giró Chema el de mantenimiento para salir por la puerta, se escucho el chirrido que producen unas garras al incrustarse en el suelo. Eses sonido que a mucha gente produce escalofríos. A ese sonido le acompaño otro que era el de una respiración agitada. Una respiración fuerte, como un gruñido de un animal que está enfadado.
Chema al escuchar estos sonidos y ruidos se dio la vuelta rápidamente. Su bolsa de cacahuetes hizo un giro de 180º acompañando a su cuerpo, y éstos fueron a impactar contra la cara de "la cosa" siendo esparcidos por los aires.
Chema y "la cosa" estaba cara a cara. El vaho que producía la respiración del viejo encargado de mantenimiento era acultada rápidamente por la respiración de "la cosa". Cara a cara. Viejo y bestia.
Sus miradas se cruzaban. Era un auténtico desafío. Chema agarraba con fuerza lo que quedaba de su rota bolsa de cacahuetes, cerrando los puños con fuerza. En frente de el "la cosa " abría lentamente sus grandes y negras manos. Enseñando unas garras que bien podían medir 4 ó 5 centímetros de largo.
- Puta bestia.... a mi no viene nadie a joderme a mi casa - la voz de Chema era de auténtica rabia. De una persona no muy equilibrada a la que acaban de tocar su fibra más sensible. Su sótano. Su casa.
En el transcurso de unas décimas de segundo "la cosa" se abalanzó sobre el pobre Chema el encargado de mantenimiento. Los siguientes sonidos que se escucharon fueron los de tejidos desgarrándose, huesos quebrándose como si de endebles ramitas estuviéramos hablando. "La cosa" no paraba de zarandear al pobre Chema. Sus miembros empezaban a volar por toda la habitación como si de una fuente humana se tratase.
Pasados unos minutos. El pobre Chema yacía inerte en el suelo. Había pasado a mejor vida. Por lo menos había muerto en lo que el consideraba su casa. Y lo que es más importante. Luchando por ella.
Se produjo un sonido en el exterior de la habitación, en el pasillo del sótano. "La cosa" giró rápidamente la cabeza y sin pensárselo dos veces salió corriendo dejando a Chema hecho mil pedazos....
En el ambiente sólo se podía percibir el sonido que producen los cristales al ser pisados. Los Doctores se acercan poco a poco a la puerta de la habitación. Iban agachados y en el más absoluto silencio. Roberto notaba como su respiración empezaba a agitarse, sus manos le sudaban y hacian resbalar la barra de acero. Por lo que apretó más fuerte sus manos para que ésta no escapara.
Cuando estaban a escaso medio metro de la puerta. Roberto se levantó de repente y miró por la apertura que tenía la vidriera.
- ¿Qué haces locooo?? - gritó Soraya desde el suelo mientras tironea de la bata de Roberto.
- Cucu Doctorrr!!!! - empezo a tararear Roberto con la barra bien agarrada entre sus manos.
Pasados unos segundos y comprobado que no salían más objetos de la habitación del Dr. Marcos, Soraya empezó a levantarse poco a poco.
- Aquí no hay nadie Sorayita, creo que tu ogro se ha marchado a otra cueva - la voz de Roberto sonaba burlona en los oidos de Soraya.
- A ver... quita de en medio y déjame mirar -
- Joder... ¿ y dónde cojones está el doctor? - Soraya soltó la pregunta al aire.
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Unos metros más abajo. En el sótano de los Laboratorios...
- Joder!!!! .... maldita radio... es que no coge ni una puta emisora bien - la voz de Chema, el encargado de mantenimiento retumbaba por toda la oscura galería.
Sentado en su silla mantenía en vilo una pequeña radio con una antena fabricada por él mismo. Se reclinaba en una vieja silla mientras con la otra mano no paraba de comer cacahuetes.
Los zumbidos y la voz entrecortada de la radio no hacían inteligible más de media frase del locutor de turno. Chema, el encargado de mantenimiento empezaba a ponerse furioso. Su colorada, vieja y arrugada cara hacían constancia de ello.
El encargado de mantenimiento estaba pensando en lo bien que le vendría una refrescante cerveza para hacer pasar mejor los cacahuetes por su seca garganta. Ya se sabe, no hay frutos secos sin bebida.
Se levantó distraidamente mientras la silla soltaba un leve crujido. Y empezó a caminar tranquilamente por la galería.
La galería del sótano de los Laboratorios era una zona oscura por la falta de iluminación. Había sido construida con el antiguo edificio que ahora daba lugar a los actuales laboratorios. Cuando decidieron restaurar todo el edificio, habían dejado intacto el sótano por tener buenas paredes, buenos cimientos, un complejo sistema de calefacción y alcantarillado que sería costoso reponer y hacer nuevo. La galería era un pasillo de unos 40 metros de largo. Era flanqueado por varias habitaciones en sus lados. La mayoría llevaban años sin abrirse. A saber que es lo que escondían esas habitaciones. Al final del pasillo había una gran habitación donde estaba el cuarto de calderas, y en el exterior una pequeña mesita con una silla donde solía pasar las aburridas tarde el encargado de mantenimiento. Él y su radio.
Caminados varios metros desde su silla, el único sonido que se escuchaba era el que producían sus botas al rozar contra el suelo y el goteo incesante de algunas tuberías. En sus manos llevaba su fuente inagotable de cacahuetes. Para él era como su mejor amigo. Siempre comiendo cacahuetes.
Tras pasar el encargado de mantenimiento la mitad del pasillo se fijó en que una de las puertas de la izquierda estaba abierta. Una puerta que ni él recordaba cuando fue la última vez que había sido abierta. Lanzó las cascaras de cacahuete que tenía en la mano al suelo y se dirigió a pasos agigantados hacía la puerta.
- ¿Qué cojones hace esta puerta abierta? - empezó a relatar el encargado de mantenimiento.
- Alguna puta máquina que han bajado a buscar estos bata-blanca..... si es que se creen que por que tienen sus carreritas pueden ir dejando abiertas todas las puertas - a medida que hablaba se iba aproximando a la puerta abierta.
Cuando se asomó por fin a la puerta se quedo con la cara petrificada. Entre la oscuridad que habitaba en la habitación podía distinguir una silueta de "algo".
- Chhhsss... chhhsss... tuuu... - empezó a llamar el encargado de mantenimiento mientras de su boca salían las palabras acompañadas de saliba.
- Oyee.... es que no me escuchass.... me cagoo en tooo - la cara del encargado empezaba a ponerse colorada. Chema era famoso en el edificio por sus terribles cabreos cuando alguien tocaba alguna de sus cosas. Era un hombre solitario, irritable, borrachuzo y por eso le gustaba la soledad que le proporcionaba el sótano.
Chema cogió un puñado de sus amados cacahuetes y tras pensárselo dos veces, lanzo los cacachuetes contra "la cosa". Los cacahuetes fueron a parar en el bulto oscuro, con respiración agitada que se escondía en la oscuridad.
- Como me hagas volver a tirarte un puto puñado de cacahuetes te voy a meter una patada en tus partes que te vas a acordar de tu mami - las voces de cabreo empezaban a retumbar en la pequeña y oscura habitación.
De repente "la cosa" se dio la vuelta y miró fijamente a los ojos de Chema, el encargado de mantenimiento. Su corazón quedó paralizado como queda paralizada una autopista en plena operación de salida el 1 de agosto de todos los santos veranos. Por un momento Chema buscó los ojos de la "cosa". Pero esos ojos no eran humanos, no eran normales, no eran de ningún animal que el conociera, ni siquiera de los documentales que solía tragarse por las tardes tirado en su sofá.
- Mee... meee. meee... me cago en la putaa!!!! .... pero será posible lo que estoy viendo - la voz de Chema se asemejaba más a la de un niño cuando acaba de recibir una sorpresa en navidades al abrir el regalo de sus padres, que la de un hombre adulto.
- ¿Y tú que cojones eres?.... si túuu.... ......esperaté aquí un momentito que voy a coger un palo y te voy a dar candela de la buena - advirtió Chema mientras agarraba con fuerza su bolsa de cacahuetes y se daba la vuelta para ir en busca de su escoba.
Según se giró Chema el de mantenimiento para salir por la puerta, se escucho el chirrido que producen unas garras al incrustarse en el suelo. Eses sonido que a mucha gente produce escalofríos. A ese sonido le acompaño otro que era el de una respiración agitada. Una respiración fuerte, como un gruñido de un animal que está enfadado.
Chema al escuchar estos sonidos y ruidos se dio la vuelta rápidamente. Su bolsa de cacahuetes hizo un giro de 180º acompañando a su cuerpo, y éstos fueron a impactar contra la cara de "la cosa" siendo esparcidos por los aires.
Chema y "la cosa" estaba cara a cara. El vaho que producía la respiración del viejo encargado de mantenimiento era acultada rápidamente por la respiración de "la cosa". Cara a cara. Viejo y bestia.
Sus miradas se cruzaban. Era un auténtico desafío. Chema agarraba con fuerza lo que quedaba de su rota bolsa de cacahuetes, cerrando los puños con fuerza. En frente de el "la cosa " abría lentamente sus grandes y negras manos. Enseñando unas garras que bien podían medir 4 ó 5 centímetros de largo.
- Puta bestia.... a mi no viene nadie a joderme a mi casa - la voz de Chema era de auténtica rabia. De una persona no muy equilibrada a la que acaban de tocar su fibra más sensible. Su sótano. Su casa.
En el transcurso de unas décimas de segundo "la cosa" se abalanzó sobre el pobre Chema el encargado de mantenimiento. Los siguientes sonidos que se escucharon fueron los de tejidos desgarrándose, huesos quebrándose como si de endebles ramitas estuviéramos hablando. "La cosa" no paraba de zarandear al pobre Chema. Sus miembros empezaban a volar por toda la habitación como si de una fuente humana se tratase.
Pasados unos minutos. El pobre Chema yacía inerte en el suelo. Había pasado a mejor vida. Por lo menos había muerto en lo que el consideraba su casa. Y lo que es más importante. Luchando por ella.
Se produjo un sonido en el exterior de la habitación, en el pasillo del sótano. "La cosa" giró rápidamente la cabeza y sin pensárselo dos veces salió corriendo dejando a Chema hecho mil pedazos....
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